martes, 3 de julio de 2012

El miedo

El miedo llegó de mañana.
Sobre las ocho y cuarto hora local.
Se deslizó por debajo de las puertas, se coló por las ventanas entreabiertas y fue cubriendo todo, al igual que el polvo y lo antiguo se posa sobre los muebles de las casas.
Se pegó a la piel como un perfume dulzón, profundo, tan intenso que borró de un plumazo el recuerdo de otros aromas, y aunque inspiraras profundo buscando otras fragancias, sólo llegó a poderse oler el miedo.
Sin saber por que corrimos a cerrar los contraventanas y las puertas y nos pusimos a cambiar nuestras vidas.
Apagábamos las luces apenas anochecía, lo cual, mirándolo bien era un contrasentido, porque era cuando más las necesitábamos y pasábamos las horas en completa oscuridad, tropezando a cada rato con una silla que se había cambiado de sitio, rompiendo un vaso que dejábamos caer al suelo creyendo que lo posábamos en la mesa, o pisando de vez en cuando la cola a nuestro gato, que era el único que se movía ágil entre las sombras del miedo.
Ni que decir tiene que los niños dejaron de jugar en los parques. Desaparecieron las risas y las canciones 
y al poco cayeron en el olvido, hasta tal punto que llegó un momentos en que si hablábamos del tiempo aquel en el que la alegría llenaba las calles, siempre había alguien que te decía que eso nunca había ocurrido, que no era más que una leyenda fruto de la imaginación de vete tu a saber quien.
Primero fueron unos pocos los que afirmaban esto, pero al tiempo fueron todos.
Después desaparecieron los colores.
Primero el rojo, el azul cielo, el verde esmeralda, el amarillo... recuerdo que marrones y azules ultramar fueron los últimos. Creo que se fueron porque su existencia no tenía sentido.
El miedo cambió también nuestra manera de comer.Lo hacíamos rápido, fugazmente. Creo que sentíamos vergüenza de alimentarnos. Era esa la sensación. Si. Creo que si.
Huíamos de toda muestra de dicha, de la más mínima manifestación de felicidad.
Al principio supongo que fue como una muestra de solidaridad con los demás.
A los meses creo que se nos olvidaron los motivos... como tantas cosas que se nos olvidaron.
Porque después, ya no recuerdo cuando, se nos olvidó que el mundo era distinto antes de que el miedo llegara una mañana sobre las ocho y cuarto hora local.
Creo.
Puede.
Pero ya no lo sé.