sábado, 9 de junio de 2012

Alejandra

Alejandra Guzman Osorio siempre había sido lo que la gente suele llamar una persona extraña.
Guardaba una flor silvestre, no importaba cual, entre las páginas veinte y veintiuno de cada libro que leía y arrancaba la última página si la historia no le había gustado.
Coleccionaba bolsas de plástico, de esas que dan en los supermercados y en las tiendas de moda. Tenía cientos, miles, primorosamente dobladas, guardadas en un arcón en el recibidor de su casa.
Odiaba a los niños. Sobre todo si eran rubios.
Hablaba poco con sus vecinos de escalera. Lo justo. Los buenos días y un comentario sobre que tal día se esperaba para hoy.
Tenia un gato al que nunca había puesto nombre. El animal vivía con ella, pero sin pertenecerle. De la misma manera ella nunca perteneció al gato.  Vivían juntos pero nunca fueron nada.
No se le conoció nunca amigos o amantes, pero había tenido media docena de aventuras que le habían desgarrado el corazón.
Cerraba la puerta de su casa con cinco cerraduras. Tal vez lo hiciera por sentirse segura, aunque vivía en uno de los barrios más tranquilos de la ciudad. O tal vez lo hiciese sólo para evitar la tentación de salir en mitad de la noche a pasear bajo la luz de la luna por las calles vacías
El mundo había aprendido en el transcurso de los años a mirar con recelo a Alejandra Guzman Osorio.
Por eso nadie se sorprendió cuando aquella mañana después de estar cepillando sus cabellos durante casi una hora, se puso con su mejor vestido, uno de color blanco, recto y ajustado al talle y que llevaba un pequeño pajarito rojo en el hombro, se puso sus zapatos de tacón alto, se pinto las mejillas, solo un toque, sólo un poquito de color, salió a la calle, cruzó con paso firme un par de manzanas y se dirigió al centro comercial, a una tienda de telefonía móvil de la compañía con la que tenía contrato desde hacía quince años, abrió su bolso y saco una tarjetita blanca en la que había escrito un simple "Te quiero"
Sin mirar la dobló nerviosa y se la entrego al dependiente.
Alejandra Guzman Osorio siempre había sido lo que la gente suele llamar una persona extraña.
Eso era evidente.
Cada vez más evidente.
Ahora, incluso había decidido ser feliz.


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