martes, 26 de junio de 2012

El monstruo

El monstruo se sentó a la mesa.
Por primera vez desde hacía años se sintió tranquilo.Las voces se habían acallado. Disfruto de ese silencio durante un segundo y se sirvió en su plato algo de la cena que hacía unos momentos había preparado su esposa..
Probó un poco. Estaba fría.
No le importó. Por primera vez no le importó.

Se sintió en paz consigo mismo y cerró los ojos y... durante un instante fue feliz.
Respiro profundamente... un perfume dulzón lo envolvía todo y aturdía como un licor.
Por eso ni se dió cuenta.
Sólo noto el frío del acero atravesándole el corazón.
Se quedó mirando como un idiota a su hija pequeña. Apenas doce años.
Un pequeño dolor al sentir el metal. Nada más.
Después...
Después perdió la mirada entre las diminutas manos de la pequeña que retorcía dentro de él, el mismo cuchillo con el que hacía unos minutos él, el monstruo, había degollado a su mujer.

Mi Inmortal

La primera vez que la vi surgió de entre las sombras de los mundos secretos. Deslizándose sin hacer ruido. Llena de miedos. Un montón de sueños por equipaje y un llanto ahogado en los recuerdos de todo lo que habría podido ser.
Tuve miedo de rozarla. Tal vez se deshiciera como una flor marchita.
Apenas veinte años y mil libros de los que conocía el final.

Solo le pedi un promesa. Se rió.
-Eres absurdo. - Dijo. - Eso te aseguro que no va a pasar.

He olvidado cuántas fueron las noches sentados juntos a la chimenea, o acurrucados bajo aquella vieja manta que fue lo único que le dejó su madre. Cuantas fueron las historias que me relató. Cuantos los sueños que compartió conmigo. Lo he olvidado. Tal vez lo olvide fácil porque nunca desee que sucediera. O tal vez si. No sé. El caso es que sólo queda en mi un vago recuerdo de aquellos días.
Cuando me fui me regaló una canción.

Ella no cumplió su promesa.
Yo tampoco.

domingo, 10 de junio de 2012

La decisión de Alonso Hernández de Carrión

Tras veinticuatro días de continuas escaramuzas con los indígenas en los que las tropas de la Corona  habían perdido a mas de la mitad de sus hombres, Alonso Hernández de Carrión creyó llegado el momento de tomar una decisión.
Curtido en las campañas de Italia donde había conseguido el grado de capitán, no era hombre acostumbrado a quedarse de brazos cruzados observando sin hacer nada, viendo como poco a poco aquellos salvajes diezmaban a sus hombres.
Invisibles. Esquivos. Tenían a su favor la selva cercana. Territorio inexpugnable donde el adentrarse podría llegar a considerarse un premeditado suicidio. Surgían de entre las sombras de las altas ramas... se deslizaban y tras un movimiento sigiloso desaparecían de la misma manera en la que habían llegado, dejando tras de si un par de degollados y algunos heridos.
Revisó mentalmente la situación.
Acampados cerca de la playa tras un vallado que de bien poco servia para retener a los fantasmas.
La comida no era un problema. El agua si. La munición para las armas de fuego hacia ya tiempo que se había agotado. De los doscientos cuarenta hombres que desembarcaron, ahora apenas quedaba noventa sanos y un puñado de heridos y mutilados curando aun sus heridas.
Llevaba toda la noche sin dormir. Quizá llevaba días sin dormir. Ya ni lo recordaba.
A lo lejos, recortando su silueta a la luz del alba, La Salmantina se mostraba como la única salvación.
Era absurdo aquello. Tan lejos de la tierra que le vio nacer.. de sus compañeros de niñez... de su amada. ¿Seguiría ella allí a su regreso?
Imaginó que no.
Demasiado tiempo.
¿Cuanto llevaban ya inmersos en aquella locura?
¿Dos años? ¿Tres?
Ya no lo recordaba. Los días habían dejado de tener sentido en aquellas tierras donde no existían ni veranos ni inviernos, donde el sol y la noche se repartían su dominio con rigurosa exactitud.
Volvió nuevamente su vista a la carraca anclada a unos metros:
Aquello tenia que acabar ya de alguna manera.
Entre las sombras se acercó al lugar donde dormían los hermanos Ruiz.
Habían servido bajo sus ordenes en Pavia y sabia perfectamente que podía depositar en ellos su propia alma.
Los despertó y juntos  remaron entre las luces de la mañana rumbo al barco.
Alonso Hernández de Carrión subió solo y ordeno a la guardia que abandonaran sus puestos y bajaran para dirigirse a tierra firme.
¿Dejar sin vigilancia la nave? .- Espetó el pequeño Trujillo.
Alonso no le contestó. Bastó una mirada tan firme como la mas tajante de las ordenes.
Al rato, él mismo se le unió en el bote y tomó el timón.
Vamos a la playa.- Indicó.
Lentamente fueron alejándose. Batiendo el agua con los remos. Envueltos entre los graznidos de las gaviotas.
Observando como las llamas pintaban de fuego las tranquilas aguas del océano, consumiendo lo único que les unía a lo que una vez fueron sus vidas.
Liberándoles del miedo a avanzar.











sábado, 9 de junio de 2012

Alejandra

Alejandra Guzman Osorio siempre había sido lo que la gente suele llamar una persona extraña.
Guardaba una flor silvestre, no importaba cual, entre las páginas veinte y veintiuno de cada libro que leía y arrancaba la última página si la historia no le había gustado.
Coleccionaba bolsas de plástico, de esas que dan en los supermercados y en las tiendas de moda. Tenía cientos, miles, primorosamente dobladas, guardadas en un arcón en el recibidor de su casa.
Odiaba a los niños. Sobre todo si eran rubios.
Hablaba poco con sus vecinos de escalera. Lo justo. Los buenos días y un comentario sobre que tal día se esperaba para hoy.
Tenia un gato al que nunca había puesto nombre. El animal vivía con ella, pero sin pertenecerle. De la misma manera ella nunca perteneció al gato.  Vivían juntos pero nunca fueron nada.
No se le conoció nunca amigos o amantes, pero había tenido media docena de aventuras que le habían desgarrado el corazón.
Cerraba la puerta de su casa con cinco cerraduras. Tal vez lo hiciera por sentirse segura, aunque vivía en uno de los barrios más tranquilos de la ciudad. O tal vez lo hiciese sólo para evitar la tentación de salir en mitad de la noche a pasear bajo la luz de la luna por las calles vacías
El mundo había aprendido en el transcurso de los años a mirar con recelo a Alejandra Guzman Osorio.
Por eso nadie se sorprendió cuando aquella mañana después de estar cepillando sus cabellos durante casi una hora, se puso con su mejor vestido, uno de color blanco, recto y ajustado al talle y que llevaba un pequeño pajarito rojo en el hombro, se puso sus zapatos de tacón alto, se pinto las mejillas, solo un toque, sólo un poquito de color, salió a la calle, cruzó con paso firme un par de manzanas y se dirigió al centro comercial, a una tienda de telefonía móvil de la compañía con la que tenía contrato desde hacía quince años, abrió su bolso y saco una tarjetita blanca en la que había escrito un simple "Te quiero"
Sin mirar la dobló nerviosa y se la entrego al dependiente.
Alejandra Guzman Osorio siempre había sido lo que la gente suele llamar una persona extraña.
Eso era evidente.
Cada vez más evidente.
Ahora, incluso había decidido ser feliz.


Juegos de cartas

Recordé el día en que había escuchado por primera vez aquella canción.... Comenzaba un verano...
Era una de esas mañanas en la que existe un silencio especial y absurdo, fuera de lugar. Había muchas cosas que estaban fuera de lugar aquella mañana. Tenía 17 años (si no me equivoco al calcular) Tal vez fuera porque estaba débil, pero me dejé atrapar por aquella música. Cuando sonó la parte final... me rendí.

Saqué la bandera blanca y comprendí que el monstruo iba a pasarse la vida jugando conmigo. Lo ha hecho. Inexorable y cruel. En silencio y sin apenas llamar la atención ha movido los hilos lo suficiente como para haber conseguido que me rindiera hacer ya mucho tiempo.
Pero el juego no ha terminado. Me mira. Esconde sus cartas y lanza su apuesta.
¿Su última apuesta? ¿tal vez ?
No levanto la mirada de la mesa.
Tengo miedo. Siempre lo he tenido.
10 y J de corazones.
Veo la apuesta.
Jugamos.
¿Una última oportunidad?
Puede.
As de corazones.. As de diamantes. Rey de Corazones.
Arriesgo... Una locura... “All in”.
Miro de reojo.
Lo ven.
Respiro.
Descubre la última carta.
Desde la mesa la reina de corazones sonríe aliviada.
Se que ella ha tenido tanto miedo como yo.